martes, 31 de octubre de 2017

EL MONTE DE LAS ÁNIMAS

Leyenda 15: “El Monte de las Ánimas” | Obras de Gustavo Adolfo Bécquer — Tomo Primero | Gustavo Adolfo Bécquer | Lit2Go ETC Tengo un libro de Gustavo Adolfo Bécquer con algunas de sus rimas y leyendas más conocidas. Forma parte de la herencia del instituto, cuando la profesora de Lengua y Literatura nos obligaba a leer a los autores clásicos. Este en concreto lo recuerdo con mucho cariño, porque en aquel entonces y con mis quince o dieciséis añitos me apasionó por su romanticismo. La leyenda "El monte de las ánimas" me impactó profundamente y esta noche es idónea para releerla, o leerla quien aún no lo haya hecho. Noche de Halloween, de espíritus y fantasmas... ¿os atrevéis a hacerlo con la única luz de una vela, para ambientaros más en la Edad Media, que es la época en la que se desarrolla la acción? Para los más valientes, aquí os dejo el enlace. Besos sangrientos !!!

viernes, 25 de agosto de 2017

CONVERSACIONES DE PLAYA

Este verano voy muchos ratos sola a la playa. Siempre me ha gustado el mar y quien me conoce bien lo sabe. Me gusta ir con amigas, pero no tengo ningún problema en ir sola, con la única compañía de mi toalla, mi tumbona y un libro. Allí me evado y me sumerjo en la historia que toca en ese momento. Es uno de mis mayores placeres en la vida.

El caso es que una de las consecuencias de estar en silencio es que escuchas todas las conversaciones que se mantienen a tu alrededor. Muchas veces me distraen y dejo de leer por un rato, centrándome en lo que oigo. Me resulta divertido imaginar como es la vida de esas personas a las que no conozco de nada simplemente escuchando lo que dicen. Parece mentira, pero las personas damos muchos datos de nuestra vida sin darnos cuenta de nos oye todo el que esté a nuestro alrededor. La mayoría de las veces son datos irrelevantes y conversaciones sin trascendencia, pero recuerdo que en cierta ocasión escuché como criticaban a alguien a quien conozco sin imaginar que esas palabras que pronunciaban podían llegar a oídos del afectado. Afectado que, por otra parte, no se enteró del asunto porque pensé aquello de: "ojos que no ven (u oídos que no escuchan, en este caso) corazón que no siente" y decidí guardarme para mí todo cuanto había escuchado. Discreta que es una.

Pero lo que quería escribir aquí hoy es lo que viví hace un par de días. No me gustó, me resultó incómodo y, sobre todo, me dolió el daño que se hizo como siempre a los más inocentes. Os cuento:

Llevaba allí aproximadamente una hora cuando se me situó casi al lado una familia compuesta por el padre, la madre y dos hijas de aproximadamente 8 y 12 años. Me llamaron la atención desde el primer momento, puesto que venían medio discutiendo por el uso de dos tumbonas que traían consigo. Lo primero que escuché fue a la madre decirle a las hijas algo así como: "A ver si os creéis que vengo yo cargando con la silla desde el aparcamiento para dejaros ahora sentaros a vosotras".

Bueno, hasta ahí nada anormal. Yo misma he podido decirle a mi hija algo así en más de una ocasión. Pero es que durante todo el rato en que se estuvieron acomodando, sacando toallas, sombrilla y demás, la madre no paraba de quejarse y de reprender a las dos niñas que también hablaban, pero en voz más baja. Esa mujer parecía estar agobiada, cansada o deprimida. Mal comienzo teniendo en cuenta que iba a pasar un día de ocio en la playa y no a trabajar precisamente. Les dejé terminando de acomodarse y me levanté para dar una vuelta por la orilla del mar y meter un poco los pies. Cuando regresé al cabo de quince o veinte minutos me chocó que la mujer siguiera discutiendo, esta vez con el padre de las niñas. Ella estaba en una de las tumbonas y la hija pequeña en la otra. Por su parte, él y la niña mayor estaban sentados en sendas toallas en la arena. La discusión iba subiendo de tono y seguía siendo por el uso de las dos tumbonas. El padre, con bastantes malos modos, le estaba reprochando a la madre que no compartiera la silla con los demás. Le dijo en voz bastante alta frases del tipo: "¿tú de qué vas?", "las sillas también son mías" y "vaya una forma de educar a tus hijas, no enseñándoles a compartir". Esta última frase me pareció una puñalada en toda regla teniendo en cuenta que lo soltaba delante de las propias niñas. La mujer también iba elevando el tono de sus reproches hasta el punto de llegar a gritar y me percaté de que no era yo la única que observaba la discusión, sino todos los que estábamos alrededor de ellos. Ninguno de los dos cedía y no avanzaban, solo repetían una y otra vez lo mismo hasta que ella le dijo en voz muy alta que era "gilipollas".

Observé a las niñas. Me sentí mal por ellas. La pequeña miraba al mar seria y en silencio y la mayor empezó a rogar a sus padres que se callaran. "Ya vale, callaos ya", repitió en varias ocasiones. Pero los borregos de sus padres, lejos de escucharla, seguían discutiendo como si nada. Imagino que esa niña sentía vergüenza por la escena que estaban montando sus padres en plena calle, pero sobre todo sentiría tristeza, angustia e incertidumbre. Pensé por un instante en acercarme a ellos y decirles que flaco favor le estaban haciendo a sus dos hijas. Pero, ¿para qué? ¿para que no me escuchen a mí tampoco o para que me digan que me meta en mis asuntos? Pues eso. Que me desahogo contándolo aquí.

Yo no sé si esta pareja terminará por separarse. Pero siempre que leo algo sobre divorcios, separaciones e hijos y sobre que estos últimos tienen comportamientos anormales cuando sus padres deciden poner fin a su relación pienso en lo que fue mi propio divorcio. Recuerdo que mi hija tenía 13 años por entonces y puedo asegurar que su comportamiento siempre ha sido intachable. Antes y después de producirse la separación. Pero es que a ella le explicamos claramente el cómo y el por qué nos separábamos. Y, fundamentalmente, puedo decir con la cabeza bien alta que mi hija nunca escuchó una discusión entre su padre y yo, ni un reproche del uno hacia el otro ni durante el proceso ni posteriormente. Era una niña feliz y sigue siéndolo ahora, conmigo o con su padre. Y cuando veo casos como este de la playa no puedo por menos que sentirme muy orgullosa de nosotros.

domingo, 12 de marzo de 2017

MARÍA ORUÑA

Para los que nos gusta leer y escribir la literatura es algo tan esencial como comer o respirar. Cuando un buen libro te atrapa en sus páginas, hace que formes parte de la historia y te dejas transportar a otra época o lugar o ambas cosas, durante el tiempo que estás inmerso te olvidas de todo aquello que añoras o te preocupa. Para mí leer es motivación, es ilusión, es algo que me espera. Es un lugar a donde ir.

Y precisamente esa última frase es el título de la última novela de la gallega (un poquito reivindicada como nuestra por los cántabros) María Oruña. Porque tanto "Un lugar a donde ir" como su anterior novela: "Puerto escondido" están ambientadas en Cantabria y la autora describe de una forma absolutamente fascinante muchos pueblos y comarcas de nuestra Comunidad Autónoma.

Pero no solo por eso os vais a enamorar de estos dos libros que hoy me gustaría recomendaros, no. También por sus elaboradas tramas, por sus personajes y por una narrativa que te engancha desde la primera página a la última y que no te permite disfrutar del libro despacito, al ritmo que te gustaría, sino que quieres más y más y es imposible hacerlo durar.

Mientras esperamos y damos tiempo a que María Oruña nos vuelva a sorprender con su tercera novela, no dejéis de leer "Puerto Escondido" y "Un lugar a donde ir".

Y es que no solo los escritores nórdicos saben hacer maravillosa la novela negra. En nuestro país hay grandes autoras que están poniendo el listón verdaderamente alto.