domingo, 22 de noviembre de 2020

NUBE DE RECUERDOS

Hacía años que no pasaba por allí. Seguramente por eso la sensación fue tan intensa. Los lugares de tu niñez cuando los ves a diario van creciendo contigo y es por eso que no los identificas nunca como lo que son: recuerdos de niñez. No es que mi colegio esté muy lejos de mi casa actual, por eso tampoco sé por qué hacía tantos años que no hacía ese trayecto. El caso es que el viernes pasado salí a caminar sin rumbo fijo, sin pensar a dónde iba, solo andar por andar y mis pasos me llevaron en esa dirección. Fue un paseo breve pero no sé si es que yo estaba especialmente receptiva o sensible, o es que el tiempo acompañaba con ese sol tan agradable de noviembre que no te quema o todo a la vez, pero fue entrar en esas callejuelas y volver a mis 10, 11... 12 años.

 Pasé la iglesia del pueblo, que me trajo recuerdos de un Belén Viviente que un año escenificaron algunos de mis compañeros (María, mi gran amiga del cole haciendo honor a su nombre hacía de la Virgen, por ejemplo). Llegué al colegio y desde la valla miré hacia el interior del patio. Ahora alberga la Escuela de Música, ya no es un Colegio Público. La vista de ese edificio me trajo tantos recuerdos felices... tantos momentos de juegos... parecía que iba a ver a cualquiera de mis maestros o compañeros asomar por una esquina. Los edificios de enfrente, donde vivían algunos de ellos que ya seguramente no viven ahí, la pequeña librería, que ahora es otro tipo de negocio, de aquella familia cuyos hijos también iban a mi colegio y donde comprábamos todo el material, al salir o antes de entrar a clase. Las calles colindantes, por donde aquel año cantamos las Marzas para sacar fondos para el viaje de estudios de octavo de E.G.B... Parece mentira que hayan pasado más de treinta años porque lo recuerdo como si fuese ayer mismo. Qué bonitas sensaciones. 

 Seguí el camino por el que volvía a casa cada día. A la izquierda la casona grande entonces deshabitada y medio en ruinas por la que pasábamos muy deprisa porque alguien dijo una vez que estaba encantada y nos daba mucho miedo ahora está arreglada y alguien tomaba el sol en el porche, junto a la puerta de entrada. Seguramente los fantasmas se marcharon al llegar los nuevos inquilinos. Justo a su lado, la casa de Ana y Vicente, donde vivían con sus dos hijas y un poco más adelante la casa de Miliuco, que no era amigo mío ni tuvimos relación alguna, por lo que me sorprendió acordarme hasta de su nombre. Justo al lado de esa casa hay una huerta donde siempre estaba un señor mayor. La huerta sigue. Obviamente él ya no está pero mi subconsciente lo buscó. Qué curioso porque no recuerdo si llegué a saber nunca su nombre. 

 Pasado el río que ahora está soterrado recuerdo que había una casa muy vieja, más chabola que otra cosa, con animales sueltos y una familia muy marginal compuesta de varios hijos que nunca supimos a qué colegio iban o si iban o no, porque en el nuestro no estaban aún siendo el más cercano a su domicilio. Nos daban miedo sus perros, que nos ladraban al pasar y en nuestro interior también temíamos a esos niños, a quienes veíamos "diferentes". Pobre gente. No sé qué habrá sido de ellos. Ahora hay una pequeña urbanización de chalets adosados en ese terreno y más hacia el interior, que no recuerdo qué había exactamente. Me quiere sonar un pequeño taller mecánico, pero eso igual ya es obra de mi imaginación. 

 Y de allí a pocos metros el edificio donde vivían mis abuelos y donde vivimos mis padres, mi hermano y yo con ellos durante un par de años, mientras se construía el edificio donde fuimos a vivir después. El piso de mis abuelos se vendió, pero siempre que paso por debajo miro hacia las ventanas y a pesar de añorarles a ellos me gusta ver que hay vida en él. Ahora tienen puesto un dibujo infantil en una de las ventanas. Un arcoiris. 

 Me encantó verme envuelta en esa nube de recuerdos. Conviene de vez en cuando volver la vista atrás, para no olvidar de donde venimos. Conocer tu pasado te ayuda a entender mejor tu presente.